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martes, 2 de agosto de 2011

Piratas verdaderos eran los de antes

La corona británica encomendaba a los bucaneros saquear naves y tesoros de España. La amenaza de estos "emprendedores" servía de pretexto para justificar los gastos de defensa.

Los piratas verdaderos, los filibusteros, los bucaneros, aquellos que vemos en las películas, también formaron parte de la agitada historia argentina. La palabra pirata viene del griego peirates, derivado de peiran que significa "esforzarse", "tratar de". Claro que ese esfuerzo poco tendrá que ver con trabajar y esas cosas. El término filibustero deriva del nombre que le daban los ingleses a los pequeños barcos usados por los piratas, "fly boats", y que los franceses llamaban "flibots". La palabra "bucanero" deriva del término que usaban los caribes para llamar a las parrillas en las que ahumaban la carne: bucan. Como los piratas que operaban en las Antillas se hicieron afectos a los ahumados, fueron conocidos también como bucaneros.

En abril de 1578 tuvimos el raro privilegio de que el propio Francis Drake, quizás el más notable de los piratas, se diera una vuelta por las costas de aquella Buenos Aires que debería esperar dos años para que Juan de Garay la fundara definitivamente, tras la fallida experiencia de Pedro de Mendoza en 1536. El hombre que sería nombrado Sir por la reina Isabel por los "valiosos servicios prestados", es decir el saqueo de las naves españolas para engrosar el tesoro real, llegaría a ser alcalde de Plymouth en 1581 y miembro del Parlamento británico entre los años 1584 y 1585. Es que la piratería estaba muy lejos de ser una actividad marginal para el "ejemplar" Imperio británico.

Era todo un asunto de Estado porque cumplía dos funciones estratégicas fundamentales: debilitar económica y militarmente a España y constituir una de las principales fuentes de ingreso de la Corona, que a través de sus "honorables" piratas robaba los tesoros que a su vez España había robado, explotación y saqueos salvajes mediante, a los americanos originarios.

Despreocupado de aquello de los cien años de perdón, Drake estaba de paso por aquella inhóspita zona costera del Río de la Plata hacia la bahía de San Julián y el estrecho de Magallanes, en su gira, exitosa por cierto, alrededor del mundo. La entrada de estos ingleses al Mar del Sud por el estrecho de Magallanes preocupó enormemente a la Audiencia de Charcas, que se dirigió al rey Felipe II el 31 de enero de 1581, para hacerle saber que las prédicas de "estos luteranos en las costas de Chile y del Perú podían difundir entre los indios ideas de libertad y rebelión".

El rey de España entendió el mensaje político-religioso de su subordinado y comprendió además el peligro estratégico que significaba para la conservación de sus colonias americanas la navegación por naves enemigas del paso interoceánico.

Felipe decidió organizar una armada compuesta por veintidós navíos al mando de Diego Flores Valdés con la orden de dirigirse al estrecho de Magallanes y levantar fuertes, en ambas orillas, capaces de impedir el paso de cualquier navío enemigo.

La suerte no estaba del lado de Flores Valdés y su armada "comenzó a ser perseguida por la desgracia" aun antes de su partida. Hombre complicado, para encaminarse a la Tierra del Fuego, Valdés prefirió pasar primero por Brasil, donde se encontró con la armada de don Alonso de Sotomayor, nombrado gobernador de Chile, que se dirigía a hacerse cargo de su puesto por la vía del estrecho de Magallanes. También en Río de Janeiro tomó contacto con un pequeño barco, en el que venían veintidós frailes franciscanos al mando del custodio del Río de la Plata, Tucumán y Paraguay, fray Juan de Rivadeneyra. El barco misional había partido de España el 22 de mayo de 1582.

El 5 de diciembre de aquel año Flores Valdés firmó un acuerdo con don Alonso de Sotomayor, Pedro Sarmiento de Gamboa, el almirante, los oficiales y capitanes reales, para ir a poblar juntos el estrecho de Magallanes y llegar a Chile siguiendo esa ruta. Una semana después, las naves de Flores Valdés se toparon nuevamente con el Padre Rivadeneyra. El cura le contó que cerca de Río de Janeiro lo había perseguido un bote de desembarco lleno de ingleses que lo habían hecho prisionero.

La pequeña embarcación había partido de la nave inglesa "Leicester" comandada por Eduardo Fenton. Hombre del Conde de Leicester, Fenton se había lanzado en mayo de 1582 desde Inglaterra a recorrer los mares junto a otras dos naves, la "Edgard Bonaventure" y la "Elizabeth". El pirata Fenton era, como sus colegas modernos, todo un caballero. El padre Rivadeneyra recordaba hasta con cierto orgullo que el 7 de diciembre había sido invitado a cenar con Fenton y narraba las recíprocas cortesías que se dispensaron. Pero, se sabe, "lo cortés..." y Fenton, tras el almuerzo le "requisó" al cura Rivadeneyra y a los otros frailes todos los objetos que le parecieron convenientes, desde campanas, sierras y hachas, ollas y barriles de conservas, hasta una "gata parida con sus hijos" y los dos prácticos de la nave: Juan Pérez y un Juan Pinto, quienes, tras innumerables y novelescas peripecias, terminaron en Inglaterra, desde donde pudieron pasar a España para escribir sus memorias.

Caballero de la reina al fin, Fenton tuvo la amabilidad de permitir a los frailes que siguieran su camino rumbo al Río de la Plata mientras él y sus compañeros ponían proa rumbo al norte con el modesto botín eclesiástico. Valdés seguía confiando en su suerte a pesar de las evidentes muestras de que ésta lo había abandonado hacía rato.

El lunes 7 de enero de 1583, todas las naves salieron nuevamente del puerto de Santa Catalina; pero una de ellas se hundió a pesar de los esfuerzos del factor Andrés de Eguino. El 24, llegaron al puerto de Santos, que estaba bastante concurrido. Allí amarraban dos de las naves de Fenton porque la tercera, mandada por John Drake, sobrino de Sir Francis, se había hundido en el Río de la Plata, al pretender llegar hasta Buenos Aires. Las dos naves de Fenton y las tres de Flores Valdés se trabaron en un duro combate y estuvieron tiroteándose dos días enteros. Los ingleses hundieron la Santa María de Begoña pero los españoles salvaron a su gente y mataron una gran cantidad de enemigos.

Al poco tiempo, el sobrino de Francis Drake se perdió a la deriva en el Río de la Plata. Los 16 hombres que tripulaban el Francis, así como el maestre Richard Farewether y el propio John Drake se salvaron de un ahogo seguro pero no de los charrúas que ya habían dado muestras de su "garra" en la persona de Solís. Al cabo de trece meses de cautiverio John Drake, el maestre Richard y John Daclós huyeron en una canoa en dirección a Buenos Aires adonde llegaron en marzo de 1584. Por las dudas, las autoridades españolas los encarcelaron y los remitieron a Santa Fe, donde Drake declaró ante escribano la historia de sus aventuras en compañía de su tío Francis, según consta en un acta con fecha 24 de marzo de 1584.

De Santa Fe fueron remitidos hacia Asunción, donde el teniente general Juan de Torres Navarrete los mantuvo presos e incomunicados. Desde la actual capital paraguaya pasaron a Lima, reclamados por el tribunal de la Santa Inquisición que los condenó a vivir en un convento del interior del Perú.

En los años siguientes sólo hubo rumores de que podrían llegar piratas y corsarios a Buenos Aires. En 1620 el gobernador don Diego de Góngora escribió al rey de España diciéndole que estaba preparado para recibir los ataques de los corsarios holandeses que andaban por las costas del Brasil. El ataque tan temido no se produjo. En 1629 el virrey del Perú anunció al gobernador del Río de la Plata, don Francisco de Céspedes, la próxima llegada de cuarenta navíos holandeses construidos a propósito para subir por los ríos. Céspedes pidió refuerzos a los gobernadores del Tucumán y del Paraguay, mandó a buscar pólvora y municiones a Pernambuco y adiestró a los negros en el manejo de los caballos; pero los holandeses nunca se dejaron ver.

En 1631 se difundió la noticia de que desde Francia habían salido once navíos para "infestar" los puertos americanos. La noticia no pasó de ser una simple fantasía, útil para justificar enormes gastos y desvíos de fondos encubiertos ahora bajo el rubro "erogaciones para la defensa de este puerto y ciudad de Buenos Aires".

Parafraseando a un ex presidente afecto a las sentencias, no precisamente judiciales, podríamos decir: piratas hubo siempre.

Fuente: Clarin.Com, domingo 04 Enero 2009 - Felipe Pigna.

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