Pirata de la Ría
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lunes, 15 de agosto de 2011
Barcos Piratas
Ella es Jorgelina, la sirenita argentina que 'cacheteó' a Johnny Depp
Y agregó: “Cada vez que Johnny llegaba al set saludaba a todos, hacía chistes. Además, cuando empezaba la jornada él arrancaba desde el primer minuto en personaje. Estaba todo el día en la piel de Jack Sparrow, te hablaba como Jack, se movía como Jack”.
Pero no todo fue color de rosa, Jorgelina tuvo un momento de mucha tensión: “En pleno rodaje, y por obra y gracia del guión, no me quedó otra que pegarle un cachetazo. Me decía ‘pegame, no tengas miedo, pegame’. Yo no lo podía creer… Antes de filmar esa escena me temblaban las manos. Por suerte me relajó la actitud de él: parecía que tenía ganas en serio de que le pegara”.
Sobre la película, el productor, Jerry Bruckheimer explicó: "en la tercera había demasiados personajes, así es que se alargó mucho. Ahora, esta película se para por sí sola, así es que no tenemos que atar cabos sueltos".
Depp, que en esta ocasión estuvo involucrado en el proceso de escritura del guión, coincidió: "Más que nada, le debíamos al público un nuevo comienzo. Sentí que era importante eliminar la mayor cantidad de complicaciones posible. Darle al público un filme centrado en los personajes, algo entretenido e irreverente", dijo el actor, que aquí retoma su rol del capitán.
Entre lo que se eliminó están los personajes de Keira Knightley y Orlando Bloom y los intentos por crear una mitología amplia dentro de la trama. En cambio, se ofrece una historia sin mayores agregados, que pone a Sparrow en la búsqueda de la fuente de la juventud.
Una de las nuevas incorporaciones al elenco es Penélope Cruz, como Angélica. A diferencia del rol de Knightley, en esta ocasión el personaje femenino principal es una pirata de carrera que le hace el peso a Depp, tanto en sus habilidades como espadachina, como en capacidades de engaño.
martes, 2 de agosto de 2011
La cofradía de los hermanos de la costa
Como toda sociedad, tenía sus leyes, pero no eran leyes escritas. Era más bien un acuerdo general al que todos se sometían precisamente para proteger su libertad individual. Estaban ligados únicamente por la conciencia de su hermandad. No había ni jueces ni tribunales, únicamente una asamblea formada por los más viejos filibusteros. Las principales normas eran cuatro:
Se prohibía todo prejuicio de patria o de religión.
Quedaba prohibida la propiedad individual. Esto se refería a la propiedad de tierra en la isla.
La Cofradía no podía inmiscuirse en la libertad personal de cada uno. Las cuestiones individuales se resolvían personalmente. No se obligaba a nadie a partir en una expedición pirata. Se podía abandonar la Hermandad en cualquier momento.
No se admitían mujeres blancas libres en la isla. La prohibición se refería exclusivamente a éstas y se adoptó para evitar riñas, discusiones y odios. Sólo podían vivir en la isla las mujeres negras y las esclavas.
Todos los "hermanos" eran iguales entre sí e incluso disponían de una "Tabla de Indemnizaciones" para compensar a quienes resultaban lisiados. Era tal la fraternidad existente entre los hermanos de la costa que, antes de entrar en combate, cada bucanero se conjuraba con un compañero y en el caso de que uno resultase muerto en la lucha, el otro se convertía en su "heredero".
Los piratas no enterraban sus tesoros. Arriesgaban el pellejo para conseguir el botín y se guardaban mucho de dejarlo enterrado en algún lugar donde cualquiera lo podría encontrar. Normalmente dilapidaban sus ganancias en el menor tiempo posible o hasta que pudieran emprender una nueva expedición.
Antes de zarpar quedaba fijado cual sería la parte proporcional del botín que correspondería a cada uno, siempre en función de su rango en la expedición.
Quedaba claramente establecido que, una vez conseguido, el botín sería puesto en común para proceder al reparto. Se estipulaban duros castigos para aquellos que osaban quedarse alguna parte para sí y eran descubiertos. También se preveían premios para el primero en avistar una presa o el primero en pisar el barco abordado. Normalmente, el premio era la posibilidad de elegir una pieza del botín. Las pistolas eran la pieza más codiciada por su valor en combate (Barbanegra portaba ocho de ellas en combate, bien cebadas y colocadas en sendas cartucheras cruzadas sobre su pecho).
Fuente: Ester Boldú.
Castigos de los piratas
Una vez esta punta estaba en cubierta, el prisionero era atado de nuevo con ella. Para evitar que el condenado tragara agua se introducía una porción de grasa por su boca.
Cuando se ordenaba la ejecución, el reo era elevado por los pies y dejado caer al mar por un lado mientras un grupo de hombres tiraba del cabo por el lado contrario, arrastrando así al prisionero por debajo del casco del buque hasta que volvía a ser izado por la banda contraria.
La operación se repetía tres veces. Además de la enorme angustia que suponía la asfixiante carrera, el castigo se agravaba con el hecho de ser arrastrado sobre el casco del barco completamente cubierto de moluscos y cabezas de clavo que cortaban el cuerpo del desgraciado.
Otro duro castigo era el maroon. Consistía en abandonar a alguien en un islote o isla desierta apartada de las rutas de navegación. Se le desembarcaba junto con un poco de agua, una arma de fuego, unas pocas balas y un poco de pólvora. El abandonado generalmente moría así o de hambre o de herida de bala o ahogado al subir la marea si se encontraba en un pequeño islote.
Fuente: Ester Boldú.
Piratas verdaderos eran los de antes
Los piratas verdaderos, los filibusteros, los bucaneros, aquellos que vemos en las películas, también formaron parte de la agitada historia argentina. La palabra pirata viene del griego peirates, derivado de peiran que significa "esforzarse", "tratar de". Claro que ese esfuerzo poco tendrá que ver con trabajar y esas cosas. El término filibustero deriva del nombre que le daban los ingleses a los pequeños barcos usados por los piratas, "fly boats", y que los franceses llamaban "flibots". La palabra "bucanero" deriva del término que usaban los caribes para llamar a las parrillas en las que ahumaban la carne: bucan. Como los piratas que operaban en las Antillas se hicieron afectos a los ahumados, fueron conocidos también como bucaneros.
En abril de 1578 tuvimos el raro privilegio de que el propio Francis Drake, quizás el más notable de los piratas, se diera una vuelta por las costas de aquella Buenos Aires que debería esperar dos años para que Juan de Garay la fundara definitivamente, tras la fallida experiencia de Pedro de Mendoza en 1536. El hombre que sería nombrado Sir por la reina Isabel por los "valiosos servicios prestados", es decir el saqueo de las naves españolas para engrosar el tesoro real, llegaría a ser alcalde de Plymouth en 1581 y miembro del Parlamento británico entre los años 1584 y 1585. Es que la piratería estaba muy lejos de ser una actividad marginal para el "ejemplar" Imperio británico.
Era todo un asunto de Estado porque cumplía dos funciones estratégicas fundamentales: debilitar económica y militarmente a España y constituir una de las principales fuentes de ingreso de la Corona, que a través de sus "honorables" piratas robaba los tesoros que a su vez España había robado, explotación y saqueos salvajes mediante, a los americanos originarios.
Despreocupado de aquello de los cien años de perdón, Drake estaba de paso por aquella inhóspita zona costera del Río de la Plata hacia la bahía de San Julián y el estrecho de Magallanes, en su gira, exitosa por cierto, alrededor del mundo. La entrada de estos ingleses al Mar del Sud por el estrecho de Magallanes preocupó enormemente a la Audiencia de Charcas, que se dirigió al rey Felipe II el 31 de enero de 1581, para hacerle saber que las prédicas de "estos luteranos en las costas de Chile y del Perú podían difundir entre los indios ideas de libertad y rebelión".
El rey de España entendió el mensaje político-religioso de su subordinado y comprendió además el peligro estratégico que significaba para la conservación de sus colonias americanas la navegación por naves enemigas del paso interoceánico.
Felipe decidió organizar una armada compuesta por veintidós navíos al mando de Diego Flores Valdés con la orden de dirigirse al estrecho de Magallanes y levantar fuertes, en ambas orillas, capaces de impedir el paso de cualquier navío enemigo.
La suerte no estaba del lado de Flores Valdés y su armada "comenzó a ser perseguida por la desgracia" aun antes de su partida. Hombre complicado, para encaminarse a la Tierra del Fuego, Valdés prefirió pasar primero por Brasil, donde se encontró con la armada de don Alonso de Sotomayor, nombrado gobernador de Chile, que se dirigía a hacerse cargo de su puesto por la vía del estrecho de Magallanes. También en Río de Janeiro tomó contacto con un pequeño barco, en el que venían veintidós frailes franciscanos al mando del custodio del Río de la Plata, Tucumán y Paraguay, fray Juan de Rivadeneyra. El barco misional había partido de España el 22 de mayo de 1582.
El 5 de diciembre de aquel año Flores Valdés firmó un acuerdo con don Alonso de Sotomayor, Pedro Sarmiento de Gamboa, el almirante, los oficiales y capitanes reales, para ir a poblar juntos el estrecho de Magallanes y llegar a Chile siguiendo esa ruta. Una semana después, las naves de Flores Valdés se toparon nuevamente con el Padre Rivadeneyra. El cura le contó que cerca de Río de Janeiro lo había perseguido un bote de desembarco lleno de ingleses que lo habían hecho prisionero.
La pequeña embarcación había partido de la nave inglesa "Leicester" comandada por Eduardo Fenton. Hombre del Conde de Leicester, Fenton se había lanzado en mayo de 1582 desde Inglaterra a recorrer los mares junto a otras dos naves, la "Edgard Bonaventure" y la "Elizabeth". El pirata Fenton era, como sus colegas modernos, todo un caballero. El padre Rivadeneyra recordaba hasta con cierto orgullo que el 7 de diciembre había sido invitado a cenar con Fenton y narraba las recíprocas cortesías que se dispensaron. Pero, se sabe, "lo cortés..." y Fenton, tras el almuerzo le "requisó" al cura Rivadeneyra y a los otros frailes todos los objetos que le parecieron convenientes, desde campanas, sierras y hachas, ollas y barriles de conservas, hasta una "gata parida con sus hijos" y los dos prácticos de la nave: Juan Pérez y un Juan Pinto, quienes, tras innumerables y novelescas peripecias, terminaron en Inglaterra, desde donde pudieron pasar a España para escribir sus memorias.
Caballero de la reina al fin, Fenton tuvo la amabilidad de permitir a los frailes que siguieran su camino rumbo al Río de la Plata mientras él y sus compañeros ponían proa rumbo al norte con el modesto botín eclesiástico. Valdés seguía confiando en su suerte a pesar de las evidentes muestras de que ésta lo había abandonado hacía rato.
El lunes 7 de enero de 1583, todas las naves salieron nuevamente del puerto de Santa Catalina; pero una de ellas se hundió a pesar de los esfuerzos del factor Andrés de Eguino. El 24, llegaron al puerto de Santos, que estaba bastante concurrido. Allí amarraban dos de las naves de Fenton porque la tercera, mandada por John Drake, sobrino de Sir Francis, se había hundido en el Río de la Plata, al pretender llegar hasta Buenos Aires. Las dos naves de Fenton y las tres de Flores Valdés se trabaron en un duro combate y estuvieron tiroteándose dos días enteros. Los ingleses hundieron la Santa María de Begoña pero los españoles salvaron a su gente y mataron una gran cantidad de enemigos.
Al poco tiempo, el sobrino de Francis Drake se perdió a la deriva en el Río de la Plata. Los 16 hombres que tripulaban el Francis, así como el maestre Richard Farewether y el propio John Drake se salvaron de un ahogo seguro pero no de los charrúas que ya habían dado muestras de su "garra" en la persona de Solís. Al cabo de trece meses de cautiverio John Drake, el maestre Richard y John Daclós huyeron en una canoa en dirección a Buenos Aires adonde llegaron en marzo de 1584. Por las dudas, las autoridades españolas los encarcelaron y los remitieron a Santa Fe, donde Drake declaró ante escribano la historia de sus aventuras en compañía de su tío Francis, según consta en un acta con fecha 24 de marzo de 1584.
De Santa Fe fueron remitidos hacia Asunción, donde el teniente general Juan de Torres Navarrete los mantuvo presos e incomunicados. Desde la actual capital paraguaya pasaron a Lima, reclamados por el tribunal de la Santa Inquisición que los condenó a vivir en un convento del interior del Perú.
En los años siguientes sólo hubo rumores de que podrían llegar piratas y corsarios a Buenos Aires. En 1620 el gobernador don Diego de Góngora escribió al rey de España diciéndole que estaba preparado para recibir los ataques de los corsarios holandeses que andaban por las costas del Brasil. El ataque tan temido no se produjo. En 1629 el virrey del Perú anunció al gobernador del Río de la Plata, don Francisco de Céspedes, la próxima llegada de cuarenta navíos holandeses construidos a propósito para subir por los ríos. Céspedes pidió refuerzos a los gobernadores del Tucumán y del Paraguay, mandó a buscar pólvora y municiones a Pernambuco y adiestró a los negros en el manejo de los caballos; pero los holandeses nunca se dejaron ver.
En 1631 se difundió la noticia de que desde Francia habían salido once navíos para "infestar" los puertos americanos. La noticia no pasó de ser una simple fantasía, útil para justificar enormes gastos y desvíos de fondos encubiertos ahora bajo el rubro "erogaciones para la defensa de este puerto y ciudad de Buenos Aires".
Parafraseando a un ex presidente afecto a las sentencias, no precisamente judiciales, podríamos decir: piratas hubo siempre.
Fuente: Clarin.Com, domingo 04 Enero 2009 - Felipe Pigna.
Mito y realidad de los piratas
James le llevaba apenas siete años al narrador de 34 que el año anterior había publicado la primera de sus novelas importantes, La isla del tesoro. Interesa aquí aquella brillante "arte poética" sobre todo por este párrafo: "Para el niño, el carácter es como un libro cerrado; para él, un pirata es una barba, unos pantalones amplios y un generoso complemento de pistolas" (El arte de la ficción, Besant/James/Stevenson, Universidad Autónoma, México, 2006).
Mientras defendía la ficción como "una simplificación de algún lado o aspecto de la vida, que se sostendrá o caerá según su significativa simplicidad", Stevenson definía el carácter, la figura, el "libro cerrado" del pirata, del modo en que se lo conoce en todo Occidente y en el que ya se lo conocía, evidentemente -los niños sobre todo-, en la época de Stevenson. Prescindía, y lo confesaba, de ampliar demasiado los rasgos gruesos del carácter de un personaje, pues "hacer correr la liebre de los intereses morales o intelectuales mientras estamos persiguiendo el zorro del interés material, no es enriquecer sino ablandar la historia".
Un año antes, y gracias al método de no dejar correr la liebre de los intereses morales o intelectuales, Stevenson había presentado al público, con cuatro pinceladas, el personaje más moralmente ambiguo de las novelas de aventuras de todos los tiempos: el "capitán" John "Long" Silver, el pirata del loro en el hombro y la pata de palo.
Stevenson tenía la percepción exacta sobre cómo se forma el significado polivalente de los mitos: la escasez de rasgos es lo que les da precisamente su riqueza. Gracias a Stevenson, quien no inventó el mito sino que supo cómo describirlo, la palabra pirata tiene aún "un sonido repentino y amenazador", más allá de sus versiones románticas, como escribió Joel Baer en Los piratas de las islas británicas (Grupo Editorial Tomo, México, 2007). El mismo sonido ambiguo que compone la palabra "Silver", y el mismo contenido moral neutro que conservan los registros de la Armada Real inglesa.
La república de los piratas, de Colin Woodard (Crítica, Barcelona, 2008), ha venido aparejado al éxito de las hasta ahora tres secuencias de la película Piratas del Caribe, de Gore Verbinsky, con Johnny Depp, confirmando con una cantidad de información detallada, sólida y abundante, que entre un auténtico pirata y Jack Sparrow no hay demasiada diferencia, ni en los aspectos morales ni en los de indumentaria. En cuanto al universo mental y político del pirata del Caribe, poco es lo que dice el mito, y con él la película; el libro de Woodard dice mucho más, y no logra desarticular la figura que la imaginación popular plasmó en tres siglos, y que Stevenson puso en acción de manera inolvidable.
Fuente: Ñ Revista de Cultura - Jorge Aulicino.
Corsarios y caballeros
Raleigh fue el fundador de la colonia de Virginia en Norteamérica; Drake, campeón de la batalla en el Canal de la Mancha en la que cayó la Armada Invencible española.
El mundo se había globalizado por primera vez, y en tanto Inglaterra, España, Francia, y Holanda se trenzaban entre sí en una guerra tras otra en territorio europeo, una vasta zona emergía pletórica de riquezas. Ese mundo fue entregado, por una bula papal y un tratado, a España y Portugal.
España se negó a compartir el comercio con los nuevos territorios. El monopolio comercial fue una de las causas de aquella suerte de guerra de guerrillas naval que se prolongó tres siglos, en forma paralela a las guerras libradas en el Viejo Mundo, que a su vez devoraban las fortunas que producía América.
A mediados del siglo XVII, Oliver Cromwell -recuerda Earle - puso en marcha el plan conocido como Western Design (Designio del Oeste o de Indias) y estableció definitivamente una base en Jamaica, técnicamente territorio español. Desde mucho antes, las islas menores rebozaban de aventureros de todas las nacionalidades. En algunas había poblaciones inglesas, como por ejemplo en Barbados, Antigua y las Bahamas. La miríada de islas e islotes del Caribe era de imposible control para los españoles. El caso es que, negado durante algunos años, el corso volvió a surgir. Desde Jamaica, se emitieron patentes de corso, y uno de los principales beneficiarios de esas patentes (a veces legítimas, a veces adulteradas) fue Henry Morgan, el famoso salteador de Porbobello, Maracaibo y Panamá. En la siguiente guerra con los franceses y españoles, volvieron a emitirse decenas de patentes en Londres, incluso sin obligación de entregar un porcentaje del botín a la Corona. Si hasta comienzos del siglo XVIII el corso existía y España también, ¿por qué habría de abandonarse el sabotaje y saqueo legales en las Indias de occidente?, razonaron los ex corsarios y ex marinos de la Armada que además de sus ambiciones de riqueza continuaban alentando un odio real hacia los españoles.
La política de hostigar el comercio de España con sus colonias se aplicó siempre o casi siempre. Había una razón logística: debilitar la principal fuente de recursos de un enemigo casi permanente. Fueron más bien pocos que muchos los momentos en que Inglaterra pretendió no utilizar el corso, y cuando la Corona lo descartaba, los gobernadores coloniales lo volvían a usar.
Una y otra vez Port Royal en Jamaica fue punto de encuentro y residencia de piratas o corsarios, según soplaran los vientos de la política global. El hecho es que el corso lleva encapsulada la piratería, por no decir sencillamente que es piratería de Estado. Sin la protección de esa cápsula legal, devino en la segunda década del siglo XVIII en liso y llano bandidaje marítimo. Entonces se estableció en Bahamas y convirtió el puerto de Nassau en lo que Woodard llama "república pirata".
Fuente: Ñ Revista de Cultura - Jorge Aulicino.
El increíble Barbanegra
El terror gestual era el arma infalible de los piratas del Caribe, y Barbanegra lo cultivó con refinamiento. Si a los piratas les bastaba con gritar, aullar, enarbolar sus sables y pistolas en cubierta, vestidos con ropas caras y extravagantes o semidesnudos, para lograr que los barcos comerciales se rindieran sin disparar un tiro, Thatch sumó a esto una cuidadosa presentación personal.
En su camarote, como si fuese éste un camarín teatral, se ataviaba, antes del asalto, con una casaca roja, seis pares de pistolas cruzadas en sus fundas sobre el pecho y un enredo de mechas de cañón encendidas colgando de su sombrero y de sus cabellos, de forma que aparecía con la cabeza rodeada de un halo de humo y de fuego en cuyo centro refulgían unos ojos oscuros al parecer temibles.
El primer navío de Barbanegra fue bautizado con una toma de posición política: se llamó La Revancha de la Reina Ana. La reina, de la casa de los Estuardo, había muerto en 1714 sin descendencia. Su hermanastro Jacobo no pudo ascender al trono porque era católico, y desde 1701 ningún católico podía sentarse allí. De manera que un primo segundo de Ana, el alemán Georg Ludwig, fue coronado como Jorge I.
Barbanegra, como muchos otros piratas, seguía siendo partidario de los Estuardo, es decir, de una familia de Inglaterra.
Su ex capitán, Hornigold, también. Varios jefes piratas llegaron incluso a conspirar con los "jacobitas" de la metrópolis a través de sus contactos con el gobernador de Jamaica, Archibald Hamilton, y poco importaba que Jacobo fuera católico (lo que, de paso, indica que para algunos piratas el hecho de que los españoles lo fueran no era el motivo principal de su odio o desprecio hacia ellos). El propio Vane, el último defensor de Nassau, que profesaba un odio anarquista hacia el Estado, dio su apoyo a aquella fracasada conspiración jacobita.
Barbanegra, asentado como pirata y colono en Carolina del Sur, con la complicidad del gobernador y el juez local, murió en el mar, cuando atacó un navío inglés de Virginia que lo perseguía (y que no era un navío de la Armada).
Resultó una trampa, porque parte de la tripulación estaba escondida y cayó sobre los piratas cuando éstos abordaron, después de un fortísimo cañoneo. La cabeza de Barbanegra fue exhibida en Virginia; su cuerpo, despedazado y arrojado al mar en el lugar del combate. Su primer barco se había llamado La Revancha de la Reina Ana, el último había sido bautizado significativamente como Aventura.
Vane atacó los barcos del nuevo gobernador de Nassau, Woodes Rogers, quien tenía permiso real para establecer una "compañía" en las Bahamas y otorgar perdones a los piratas. Vane no quiso el indulto, combatió, perdió y pereció ahorcado en Jamaica. Junto con él, fue ejecutado su ex segundo, John "Calicó Jack" Rackham, apresado en el golfo de México (uno fue atrapado por los hombres de Rogers, el otro por corsarios: la Armada tampoco pudo anotarse el triunfo).
La última sombra de la piratería inglesa en el Caribe se hundió precisamente en la sombra de la historia. Fue una mujer, Anne Bonny, hija de un colono de Carolina y ex prostituta de Nassau, compañera de Rackham. Capturada junto con él y otra pirata, Mary Read, se libró de la horca porque estaba embarazada, y no hubo más registros de ella. Se ignora cómo salió de la cárcel.
Mary, en cambio, que también estaba encinta y tampoco pudo ser ahorcada, murió de "fiebres" en prisión.
Los británicos calculaban que los piratas del mundo sumaban más de 2.000 en 1716. En 1725, abatida la "república", quedaban apenas un par de centenares de aquellos aventureros, producto del imperio al que alternativamente sirvieron y atacaron. A su modo, vivieron y murieron como navegantes, como audaces soldados y como ingleses.
Fuente: Ñ Revista de Cultura - Jorge Aulicino.
Historia que fascina
Tal vez puede atribuirse esa fascinación, en parte, a un rasgo de estilo de los documentos oficiales, similar al que exhibe la novela de Stevenson.
Woodard ha frecuentado diarios de a bordo, cartas, órdenes, registros portuarios y aduaneros, actas de bautismo, sentencias judiciales y otros papeles de la época, sobre todo de los Archivos Nacionales del Reino Unido y de las ciudades de la Costa Este de los Estados Unidos. Los documentos son lacónicos y apenas se prestan para extraer de ellos caracterizaciones morales fuertes. Esto no impidió que en Piratas en guerra (Melusina, Barcelona, 2004), el británico Peter Earle, quien se ha basado en esa clase de documentos, incluso los mismos, escribiera: "... yo mismo soy susceptible de sentirme atraído por el encanto y el espíritu de los piratas (...) No obstante, fui educado en el respeto por la armada y mis instintos están del lado de la ley y el orden". Earle parece hablarle a Woodard, quien aún no había publicado su libro, cuando dice: "...son perfectamente capaces [los historiadores] de escribir libros serios, realistas y bien documentados sobre los piratas, aunque ello no les impida mostrar su admiración por el individualismo y el radicalismo de sus infames personajes". Y Woodard contesta, no sabemos si a conciencia, con un libro realista y bien documentado, un relato histórico en el que la Armada que respeta Earle no parece menos cruel ni más moral que las bandas piratas, en muchos sentidos; por sobre todo, revela que la Armada, que no logró capturar a los jefes piratas, fue a la vez una de las causas principales de la piratería, un caldo de cultivo perfecto.
Una sola página de Woodard, la que reproduce una lista de precios y salarios a principios del siglo XVIII, bastaría para explicar el fenómeno de los piratas en el Caribe y su borrosa ideología. Un marinero de la Armada recibía de 11 a 15 libras esterlinas anuales, menos que un maestro de escuela; un capitán de la marina mercante, 65 libras anuales. Cualquier asalto en el mar podía dejar cientos y miles de libras, en efectivo y en mercancías, sin contar el valor del barco asaltado, que a veces era robado pero otras veces no: se los quemaba, no pocas veces se los dejaba a sus tripulantes. Pero además, la disciplina en los barcos mercantes y militares era sádica; la comida, nauseabunda; y la paga se retenía con el fin de que la tripulación no abandonara el servicio al término de un viaje, pues los marinos escaseaban. El que cometía desobediencia podía ser azotado; los delitos más graves (el amotinamiento, por ejemplo) se castigaban con la horca. Los oficiales pegaban a sus hombres con bastones de ratán si no se movían con suficiente velocidad en el trabajo. Las muertes por escorbuto y disentería a causa de la pésima alimentación se cobraban altos porcentajes de la tripulación en cada travesía transoceánica. El propio Earle reconoce el autoritarismo y la dura disciplina en "algunos" mercantes.
Los datos que maneja Woodard son vitales para entender el porqué de la insistente piratería, pero también describen la enorme dificultad de mantener, por no hablar de expandir, las fronteras del imperio. Aquello era realmente muy costoso; por eso los buques de guerra estaban con frecuencia averiados e inútiles: "El clima tropical pudría las velas y jarcias y oxidaba los accesorios y anclas, y nada de todo aquello se podía sustituir con facilidad en las Antillas".
Ante las condiciones del trabajo y la milicia navales, no resulta raro que jóvenes marinos como Samuel Bellamy, Charles Vane y Edward Thatch contemplasen a Henry Avery como un héroe, dice el libro de Woodard.
Avery amotinó una flota corsaria inglesa anclada en La Coruña y se lanzó a la piratería en el Indico a fines del siglo XVII. Los otros tres fueron los principales jefes piratas de Centroamérica en el siglo XVIII. Thatch no es otro que el legendario Barbanegra, que castigó las colonias españolas tanto como las inglesas. Bellamy quería ser conocido como Robin Hood del mar, aunque no consta que haya entregado nada a los pobres; murió en un naufragio bien al norte del Caribe, frente a las costas de Massachussetts. Vane fue el postrero defensor de una comunidad de piratas en las Bahamas.
Otro dato importa para comprender el pillaje en las aguas que Inglaterra disputaba con España, y aun en sus propias colonias de América del Norte.
Fuente: Ñ Revista de Cultura - Jorge Aulicino.
La república pirata
En los apenas seis años que duró la "edad dorada" de la piratería (entre 1714 y 1720), nunca llegaron a reparar del todo el antiguo fuerte del puerto, que se caía a pedazos. Pero tenían -insistentemente lo documenta Woodard- un sistema de decisión por asambleas, tanto cuando estaban en tierra como cuando navegaban. Lo hacían en naves livianas, balandras de un solo palo y de no más de 40 toneladas, que jamás hubieran podido enfrentar a los galeones españoles que transportaban el oro y la plata de las Indias occidentales; fortalezas flotantes de 2.000 toneladas y hasta 100 cañones que viajaban en escuadras.
La piratería se ejerció sobre el tráfico local, los navíos que llevaban mercancías y eventualmente dinero de un puerto a otro en el Caribe y en América del Norte. La mercancía era vendida a contrabandistas de las colonias inglesas norteñas. En toda la historia de la colonización de América, los ingleses apenas pudieron atrapar uno -y no el más grande- de los galeones españoles, de 700 toneladas.
Los finales del siglo XVII y los comienzos del siglo XVIII fueron años de transición, ricos en datos que el libro de Woodard documenta.
En primer lugar, se produce el debate acerca de si se debían atacar navíos ingleses. El que llegaría a ser caudillo indiscutido de la "república" de Nassau, y luego perseguidor de piratas, Benjamín Hornigold, cuyo segundo era Barbanegra, se negó a atacar barcos de la corona británica. Otros caudillos piratas, como Charles Vane y Samuel Bellamy, sí lo hicieron.
Cuando Barbanegra se apartó de la tutela de Hornigold, a su vez adoptó idéntico temperamento. Pero había tal vez un motivo político para que lo hiciera: el ocaso de los Estuardo y la llegada al trono de Jorge I, de la casa alemana de Hanover, que pareció no gustarle.
Fuente: Ñ Revista de Cultura - Jorge Aulicino.
Anne Bonny
Anne Bonny, junto con Mary Read, fueron las dos mujeres piratas más famosas del siglo XVIII, aunque no fueron las únicas de la historia. Había también la irlandesa Grace O'Malley, llamada "Graine Mhaol" debido a su pelo corto; Ching Shih, la reina de los piratas chinos que tomó el control de la enorme flota pirata de su último marido cuando lo mataron en un tifón en 1807; Charlotte De Berry de Inglaterra; Fanny Campbell de Massachusetts; y la despiadada Ann Mills.
Anne Cormac nació en County Cork, en 1698, como hija ilegítima de un importante abogado irlandés, William Cormac y de la criada de la familia, Mary Brennan. Después del escándalo, sus padres marcharon a Charleston donde su padre ejerció como abogado y se convirtió en un rico comerciante.
Anne era una niña con mucho temperamento que montaba a caballo y usaba las pistolas mejor que muchos muchachos de su edad. El genio de Anne era bien conocido y se cuenta que cuando era una adolescente apuñaló a una criada inglesa de la plantación con un cuchillo de carnicero.
Aburrida de la vida tranquila en la plantación de su padre, Anne buscó nuevas aventuras y se enamoró de un antiguo pirata llamado James Bonny.
Se casó con él y adoptó así el nombre de Anne Bonny. Al parecer, James había planeado robar la plantación de Guillermo Cormac a través del matrimonio con su hija, pero el padre de Anne lo descubrió y la desheredó.
La leyenda cuenta que como venganza, Anne quemó la plantación de su padre, aunque este hecho no consta en ningún documento de la época.
James Bonny se llevó a Anne a las Bahamas, a New Providence (actualmente Nassau), donde se convirtió en el informador del gobernador Woodes Rogers en su lucha contra los piratas. Al poco tiempo, Anne le abandonó por John "Calico Jack" Rackham, un antiguo pirata que había obtenido un perdón real. Jack le compraba regalos y le instó a abandonar a su marido por él. Parece que Calico ofreció dinero a James Bonny para comprar la libertad de Anne, pero James recurrió al gobernador para retenerla. Entonces Anne y Jack decidieron huir y volver a la piratería.
Cuando Anne se quedó embarazada, Calico Jack la llevó a Cuba y la dejó en compañía de unos amigos para dar a luz a su hijo. Anne esperaba tener una niña que la ayudara a establecerse en tierra, pero el bebé nació dos meses antes de lo previsto y murió al cabo de una hora de nacer. Anne estaba destrozada por la pérdida de su hija cuando Jack la fue a buscar y se la llevó a New Providence para que se recuperara.
Anne vestía ropas masculinas, era experta en el manejo de las pistolas y del machete y era considerada tan peligrosa como cualquier hombre pirata. Jack acogía a marineros de barcos capturados como tripulación forzosa para sus barcos. Un joven marinero capturado llamado Mark Read resultó ser una joven inglesa cuyo nombre era Mary Read. Rackhan permitió a Mary continuar con su disfraz y unirse al grupo. Ambas se hicieron muy famosas por sus múltiples hazañas en el mar y por demostrar más valor que muchos hombres, la cual cosa se demostró en su última batalla.
En octubre de 1720, la recompensa por sus cabezas era bastante elevada. El gobernador de Jamaica se enteró de la presencia de Calico y envió un barco armado para capturar al capitán y a la tripulación. La nave de Calico, llamada "Revenge" (Venganza), fue tomada por sorpresa y solamente Anne y Mary lucharon en cubierta mientras los demás piratas se emborrachaban en sus camarotes.
Anne y Mary Read también fueron capturadas pero confesaron ser mujeres ante el tribunal y abogaron por ser juzgadas separadamente de los hombres. Tanto Anne como Mary conocían la ley inglesa que prohibía colgar a una mujer embarazada y por eso hicieron llamar a un doctor que confirmó que ambas eran mujeres y que estaban embarazadas de unos seis meses. Entonces el tribunal ordenó que serían juzgadas por separado después de que dieran a luz, pero igualmente fueron condenadas a la horca.
Mary Read escapó de la horca al morir de una fiebre mientras estaba en la cárcel. Anne, sin embargo, recibió varios aplazamientos de su ejecución hasta que misteriosamente desapareció de los expedientes oficiales. Hay diferentes teorías sobre su supuesto final. Se cree que su padre, que tenía contactos en la isla, perdonó a su hija y la rescató para traerla de nuevo a Carolinas, donde le consiguió un nombre nuevo y una nueva vida a sus 20 años. Pero hay otras teorías que afirman que volvió con su marido, o incluso existe el mito de que se hizo monja.
Fuente: Ester Boldú.
Mary Read
Era hija ilegítima, nació en Londres en 1684 y su madre la vistió de chico para que un día pudiera ser su heredera, haciéndola pasar ante sus familiares como el hijo que en realidad había fallecido. A la edad de 13 años la emplearon como mozo para una rica mujer francesa, pero pronto la abandonó y se enroló en un barco de guerra.
Mary Read llevó una vida de hombre durante la mayor parte de su existencia. Junto a Anne Bonny, a bordo del barco del capitán Calico Rackham, realizó la mayoría de las hazañas por la que es recordada.
Algunos años más tarde dejó la nave, pero sólo para alistarse en el ejército de tierra. Luchó en Flandes, demostrando gran valor, y cuando se unió al ejército montado se enamoró de un soldado. Entonces le confesó su condición de mujer y se casaron. Se marcharon a Holanda en 1698 y abrieron un mesón llamado Three Horseshoes (las tres herraduras) cerca del castillo de Breda.
Desgraciadamente su marido murió por fiebres y Mary volvió a vestir sus ropas de hombre. Intentó recuperar su vida en el ejército, pero cuando no lo consiguió se embarcó en dirección a las Indias orientales. Fue entonces cuando el capitán Calico Jack abordó su nave y la tomó como prisionera.
Curiosamente, en ese barco se encontró con otra mujer pirata, Anne Bonny, quien también formaba parte de la tripulación de Calico. Anne se fijó en aquel joven marinero de entre los prisioneros capturados y decidió quedárselo. Pero cual fue la sorpresa de Anne cuando al quedarse a solas con el joven y al abrirle la blusa descubrió que Mark Read era en realidad Mary Read, una mujer que, al igual que ella, también se dedicaba a la piratería. Mary le confesó que prefería unirse a la tripulación antes que llevar una aburrida vida como mujer y así se convirtió en parte de la tripulación de piratas del Revenge (Venganza), el barco de Calico.
Después de abordar diferentes barcos, Mary se volvió a enamorar de otro marinero que fue capturado y que también se unió a la tripulación de Calico. Sin embargo, el nuevo marinero rompió los artículos piratas que había firmado al unirse a la nave y se peleó con otro pirata más experimentado que él, por lo que fue castigado a batirse en duelo. Como Mary se dio cuenta que su amante no tendría ninguna oportunidad frente al veterano, empezó ella misma otra pelea con el veterano y pidió ser la primera en batirse en duelo.
Empezó el duelo y el veterano atacó con fuerza, pero Mary era más ágil. Pero el pirata la tiró al suelo y cuando estaba a punto de apuñalarla, Mary se abrió la blusa. Entonces el pirata vaciló ante la sorpresa y Mary aprovechó ese instante para sacar su daga y cortarle el cuello. Poco después Mary y su amante se casaron y tuvieron una corta luna de miel, ya que al cabo de poco tiempo la tripulación de Calico fue capturada.
En octubre de 1720 su barco fue atacado por los británicos mientras los piratas estaban borrachos. Mary y Anne se enfrentaron a los piratas mientras gritaban a sus compañeros que se levantaran y lucharan como hombres. Finalmente fueron capturados y se les juzgó en St. Jago de la Vega, en Jamaica, el 28 de noviembre de 1720, donde fueron todos condenados a la horca.
Cuando Anne y Mary fueron interrogadas por el tribunal sobre sus razones para dedicarse a la piratería, en vez de pedir clemencia contestaron que “preferían la vida de pirata que la de mujer sumisa”.
Fueron todos sentenciados a muerte pero como ambas mujeres estaban embarazadas, pidieron al juez posponer su ejecución hasta después de dar a luz. Mary murió de fiebres en prisión el 28 de abril de 1721, antes de que su hijo pudiera nacer. Tenía 37 años.
Fuente: Ester Boldú.
Barbanegra
Si alguien contribuyó a la mala fama de los piratas, ese fue Edward Teach, más conocido como Barbanegra. Entre 1716 y 1718, este pirata robó, quemó y hundió numerosos barcos en la costa oriental de América, ganándose así la fama de ser uno de los piratas más crueles de todos los tiempos.
La mayoría de los barcos se rendían en el momento de descubrir su bandera pirata. Una vez llegó a capturar 40 barcos en un solo viaje. Es más, su presencia en los mares interrumpió el comercio entre varias colonias norteamericanas.
Barbanegra nació en Bristol, Inglaterra, en 1680. Algunos historiadores creen que nació en una familia acomodada y educada de clase social media-alta porque sabía leer y escribir. A principios del siglo XVIII se unió a un grupo de marinos que luchaban en la guerra de la Reina Ana de Inglaterra contra Francia y se hizo corsario, es decir, se dedicó a despojar barcos enemigos como parte de la guerra.
Terminada la guerra, Barbanegra comenzó a navegar con un conocido pirata de la época, el capitán Benjamín Hornigold. Como buen pirata, asumió un semblante y modo de vestir aterradores. Según varias fuentes, medía unos dos metros y era más alto que la mayoría de los hombres de su época. Llevaba una larga y trenzada barba negra, que le dio su apodo, y vestía capa y sombrero negros. Llevaba varias pistolas asidas a su pecho para estar listo para luchar.
Antes de una batalla, Barbanegra se encendía mechas de quema lenta entre el cabello y el sombrero que dejaban una estela de humo negro que atemorizaban a sus enemigos. Pero cuando quería conquistar a una dama, solía trenzar su larga barba (tan larga que la utilizaba para limpiarse las manos mientras comía) con cintas de seda. Curiosamente, se llegó a casar 14 veces, aunque nunca se divorció.
En dos años, Barbanegra había trasladado sus actividades a la costa de Carolina del Norte. Poco después de su llegada, capturó un velero francés y lo convirtió en su buque insignia. El barco medía 34 metros de largo, tenía tres mástiles y llevaba 20 cañones de dos toneladas. Barbanegra le añadió 20 cañones más y le cambió el nombre por Queen Anne's Revenge.
Comenzó a abordar diferentes barcos a lo largo de las costas de las colonias de Carolina del Norte, de Virginia y de las islas del mar Caribe. Después de capturar un barco, asesinaba a toda su tripulación. Para robar el anillo de algún pasajero le cortaba el dedo. Si desconfiaba de alguno de sus hombres lo abandonaba en una isla desierta sin agua ni alimentos.
Su actividad duró apenas dos años. En 1718 el gobernador de Virginia ofreció una recompensa por él vivo o muerto. Dos buques ingleses dirigidos por el teniente Robert Maynard de la marina real sorprendieron a Barbanegra y sus piratas en la boca de mar de Ocracoke, en Carolina del Norte. Barbanegra luchó mano a mano con el teniente Maynard sobre cubierta y murió en el combate, con veinte heridas de machete y cinco disparos de pistola.
Aun después de morir, Barbanegra realizó un último viaje por mar, puesto que el teniente Maynard colgó su cabeza del mástil del barco para demostrar que el malvado pirata había muerto y poder reclamar así la recompensa. De acuerdo con la leyenda, su cuerpo sin cabeza fue arrojado al mar, donde dio tres vueltas en torno al barco antes de que su espíritu lo abandonara...
Fuente: Ester Boldú.
Black Bart
En junio de 1710 el barco en que viajaba fue capturado en Gahna por Howell Davis, a quien se unió y a quien sucedió por elección como capitán cuando Davis cayo muerto por el gobernador de isla Principe.
En 1720 capturó al gobernador de Martinica y lo colgó del mástil. La bandera que eligió lo muestra vengándose de las islas de Barbados y Martinica (con un pie sobre el cráneo del gobernador de Barbabados y con el otro pie sobre el de Martinica).
Su carrera duró cuatro años y terminó por un balazo que recibió de un soldado inglés en el cuello el 10 de febrero de 1722. Su tripulación arrojó su cuerpo al mar antes de rendirse para impedir que cayera en manos de los británicos.
Henry Morgan
La primera acción que lideró fue el asalto a Puerto Príncipe, en abril de 1668, y después los asaltos a Portobello, julio de 1668, Maracaibo, marzo de 1669, la recuperación de Santa Catalina (Providencia), navidades de 1670, y finalmente el saqueo de Panamá, en enero de 1671.
Detenido a su llegada, fue trasladado a Londres en agosto de 1672, aunque no llegó a ser juzgado. Nombrado caballero, regresa a Jamaica dos años más tarde, como Teniente de gobernador de Lord Vaughan, ocupando el cargo hasta su destitución en 1678.
Ocupó la plaza de gobernador interino durante algunos meses de 1681. Vivió sus últimos años al frente de una plantación y dedicado a alternar con lo mejor de la sociedad jamaicana. Murió de hidropesia en 1688.
Fuente: Ester Boldú.
El Olones
Se destacó especialmente por su extrema crueldad con los prisioneros.
Se dirigió a Campeche donde naufragó y tras muchas vicisitudes logró regresar a La Tortuga.
En 1668 capturó una fragata junto a Cayo Fragoso en Cuba, pasando a cuchillo a todos sus tripulantes. Se asoció con Miguel el Vasco y otros filibusteros, con quienes atacó Maracaibo y Gibraltar en 1668, tomando un importante botín y realizando toda clase de barbaridades con los vecinos. De regreso planeó tomar Nicaragua pero las corrientes le llevaron a Honduras, donde asaltó y tomó Puerto Caballos. Tras muchas deserciones quedó con un solo barco con el que fue a parar al Darién.
Los caníbales de la zona hicieron justicia a todas sus víctimas, siendo devorado vivo por sus captores.
Fuente: Ester Boldú.
Jack Rackham, Anne Bonny y Mary Read
Jack Rackham es uno de los piratas más destacados del s. XVIII.
Aunque no fue tan conocido como el Capitán Morgan, sus hazañas en alta mar son igual de famosas, así como su fama de mujeriego y aficionado al ron a bordo de su nave, Adventure (aventura). Su apodo de Calico Jack le viene dado por la camisa y los pantalones de calicó o indianas (telas de algodón estampadas por una sola cara con uno o varios colores que procedían de las Indias) que llevaba normalmente. Calico Jack fue un temible pirata con una carrera corta pero muy exitosa como capitán. Durante casi cuatro años, él y su tripulación alcanzaron la fama de ser los piratas más despiadados y feroces de todo el Caribe y las Indias occidentales. Pese a todo, la innegable fama de Calico Jack le vino dada por contar con dos de los piratas más temidos de esa época en su tripulación: Anne Bonny y Mary Read.
La primera mención escrita que existe de Jack Rackham data de 1718, como intendente del capitán Charles Vane a bordo de la nave Treasure (tesoro). Su oportunidad llegó cuando en noviembre el capitán Vane ordenó no atacar un barco de guerra francés que tenían a su alcance en Windward Passage, para consternación de toda la tripulación. Rackham protestó acaloradamente por esa orden y consiguió que la tripulación se amotinara contra el capitán y votara en contra de él.
Finalmente se desposeyó del cargo a Vane y fue echado del barco en una pequeña corbeta junto con los miembros de la tripulación que habían votado a su favor. Rackham pasó a ser el nuevo capitán y su primera orden fue que al día siguiente se llevaran a cabo todos los preparativos necesarios para atacar la nave francesa. A partir de esta primera orden, Rackham adoptó una estrategia propia para abordar barcos y obtener botines. En vez de atacar objetivos suculentos y desmesuradamente ricos, Rackham prefería usar pequeñas corbetas para atacar comerciantes y buques de pesca locales.
En mayo de 1719 Rackham navegó a las Bahamas para pedir un perdón real por piratería y se instaló allí poco después. Mientras estaba en una taberna de New Providence (actualmente Nassau) se encontró con Anne Bonny y pronto empezó a cortejarla. Poco después, Calico se enamoró de Anne y al ser incapaces de separarse, se fugaron mientras el marido de Anne intentaba separarlos con la ayuda del gobernador.
Cuando Anne se quedó embarazada, la llevó con unos amigos que él tenía en Cuba para que la cuidaran. Pero cuando el dinero empezó a escasear, Rackham volvió a la piratería y convenció a Anne para que se uniera a él disfrazada como hombre. La introdujo en su nave vestida como un hombre y continuaron su romance en secreto mientras Anne se forjaba una reputación como pirata.
Desafortunadamente, la naturaleza flirteadora de Anne la llevó a relacionarse con otros miembros de la tripulación.
Rackham volvió a su estrategia de atacar pequeñas embarcaciones de comerciantes en las Indias occidentales. Precisamente en una de estas embarcaciones se encontró con Mark Read (que en realidad era Mary Read disfrazada), quien también se unió a la tripulación de Rackham sin que nadie sospechara que en realidad era una mujer.
Anne se fijó en él, pero se llevó una gran sorpresa al llevárselo a su camarote y descubrir que Mary Read también era una mujer que iba ataviada como un hombre.
Lamentablemente, parece ser que Calico Jack no llevaba bien los flirteos de Anne y su autoridad se iba deteriorando. Jack buscó consuelo en el ron, mientras que Anne y Mary asumieron el verdadero mando del barco ya aceptadas como mujeres, puesto que no pudieron ocultarlo más.
El final de Calico Jack llegó cuando la nave fue arrinconada por la nave del capitán Jonathan Barret. Totalmente borrachos y cogidos por desprevenido, la captura de Calico Jack y su tripulación fue bastante fácil. Solamente Anne Bonny y Mary Read intentaron resistir el ataque, mientras el resto del equipo estaba en las bodegas totalmente borrachos y se rindieron fácilmente.
El 16 de noviembre de 1720, Rackham y 11 de sus hombres fueron condenados y sentenciados a muerte en St. Jago de la Vega, Jamaica, por Sir Nicholas Laws (las dos mujeres fueron juzgadas más tarde). A pesar de declarar su arrepentimiento por haber ejercido la piratería, no obtuvo el perdón real como había ocurrido previamente. Rackham pudo ver a su querida Anne una vez antes de su ejecución y ella le dijo que sentía mucho verlo allí, pero que si hubiera luchado como un hombre, ahora no le tendrían que colgar como a un perro.
Finalmente, el 20 de noviembre, Rackham y a sus hombres, fueron colgados en una isla cerca de Port Royal llamada Deadman’s Cay, actualmente conocida como Rackham’s Cay, y sus cuerpos fueron exhibidos en diferentes lugares de las islas como ejemplo de castigo por piratería.
Fuente: Ester Boldú.